viernes, 27 de julio de 2012

¿Está ese futuro más cerca de lo que pensamos?


En el mosaico de noticias y análisis de la prensa general y especializada, el estado de la economía y el ambiente se destacan claramente. En un mundo sobrepoblado y con sus focos de desarrollo en Asia, los recursos naturales se han valorizado, alimentando la economía de varios países de África y Sud América, crecientemente vinculados a China. En tanto, EEUU busca una esquiva recuperación y Europa no logra salir de su crisis financiera. Las áreas de conflictos bélicos se sitúan en o en el entorno de los países productores de petróleo, en parte bajo la forma de guerras civiles posibilitadas por intervenciones externas. En tanto, cada vez son  más evidentes los efectos y los riesgos futuros del cambio climático, impulsado por las emisiones de gases invernadero, pero no hay indicios de reacción, excepto en cuanto a soluciones puramente cosméticas, como los bonos de carbono. En cambio,  se generaliza  la idea de que “será lo que será” y habrá que adaptarse a ello, aunque está claro que al menos cientos de millones de personas (como los habitantes de las tierras bajas costeras) no lo lograrán. Al respecto, las advertencias de los científicos suenan  como las lamentaciones de los profetas bíblicos, frente a la indiferencia de las razones económicas y políticas, en las que  radica el efectivo poder.

Bajo esta perspectiva, las reacciones ciudadanas se hacen más frecuentes y extendidas. En EEUU, por ejemplo, han surgido fuertes protestas contra el uso de carbón impuro , principal fuente energética de las termoeléctricas, al que se atribuye parte importante de las enfermedades de la población en ciudades como Chicago (Time, 21/11/11), las que incluyen problemas respiratorios y cardiovasculares a los que se suma un incremento de 8% en las emisiones de mercurio en los últimos 6 años. La industria del carbón alimenta la mitad de las necesidades energéticas de EEUU y es responsable del 30% de sus emisiones de CO2.Pese al costo que implica en muertes anticipadas y gastos de salud (calculados en cientos de billones de dólares por la EPA), sus termoeléctricas difícilmente cederán ante las campañas ciudadanas en pro de un carbón más limpio, pero también más caro.

En la creciente demanda por recursos, el agua desempeña también un rol principal. Al respecto, la minería enfrenta dificultades crecientes para satisfacer sus necesidades, dificultades a las que se unen las también crecientes limitaciones de orden ambiental. Un artículo de la revista especializada Mine Water and the Environment (Junio 2012) relata los problemas de la minería australiana para conseguir los especialistas requeridos en materia de hidrogeología e ingeniería de acuíferos, muchos de los cuales debe obtener de otros países. Sin embargo los problemas para contar con fuentes confiables de agua para el futuro no afectan sólo a las grandes industrias. Al respecto, Coca Cola, que requiere anualmente 290 billones de litros de agua para producir sus bebidas en 200 países y está preocupada por futuras carencias producto del crecimiento poblacional y el cambio climático,  destinó 20 millones de dólares en 2007 para cooperar en la preservación de los principales ríos del mundo. La firma estima que en el año 2025 (sólo en 13 años más) más de 60% de la población mundial enfrentará la escasez de este recurso esencial, debido al crecimiento poblacional, el cambio climático y la urbanización. En suma: es probable que el futuro y sus problemas estén más cerca de lo que pensamos…

jueves, 12 de julio de 2012

EL TEMA AMBIENTAL: ENTRE LA NECESIDAD Y LA DESMESURA


El “tema ambiental” surgió como un paradigma en EEUU entre las décadas de los 1960`s y 1970`s, a través de libros como “La Primavera Silenciosa” de R. Carson (1962) y las conclusiones de expertos como los del llamado “Club de Roma” (1972), que analizaron los riesgos de la creciente contaminación y del agotamiento de los recursos. También en ese país se organizó la primera agencia de protección ambiental (EPA, 1970), se promulgaron importantes leyes ambientales durante los años 1980´s y 1990´ y se desarrolló la evaluación ambiental de nuevos proyectos, replicada posteriormente en los demás países. Una nueva mentalidad ambientalista de abrió paso en el mundo, potenciada por desastres como el de Bhopal (India, 1984), el de Chernobyl (Ucrania, ex URSS, 1986) y el del petrolero Exxon Valdez (Alaska, 1987). A nivel internacional, la Comisión Bruntland (1987) definió las condiciones del desarrollo sostenible, y la Cumbre de Río de Janeiro (1992) expresó el compromiso de todos por la protección del ambiente. Dos años antes se había iniciado una guerra civil en la isla de Bougainville, perteneciente a Papúa-Nueva Guinea, producto del daño ambiental generado por una explotación cuprífera, conflicto que culminó el año 2000 con la independencia de la isla.
Durante el presente siglo el tema ambiental ha ganado la atención de diversos grupos humanos desilusionados de utopías políticas o que buscan una expresión espiritual en este dominio. En tal sentido, ha representado un renacer de la sensibilidad “rousseauniana” respecto al carácter “bueno” de la naturaleza y “malo” de la civilización. También ha canalizado la protesta de grupos étnicos situados al margen del desarrollo socio económico nacional, frente a proyectos mineros, forestales, viales, etc.,  favorecida por el desarrollo de medios de comunicación digital y de las redes sociales. Ello ha coincidido con el debilitamiento de la autoridad constituida, que enfrenta serios riesgos políticos y penales a nivel nacional e internacional si la represión de tales movimientos llega a generar víctimas (casos de Bolivia, Paraguay, Perú, etc.). En nuestro país, este fenómeno ha afectado principalmente al desarrollo de la hidroelectricidad, en particular al de los grandes recursos hídricos de la Región de Aysén, pese a que se trata de nuestra principal fuente de energía limpia, que no genera “gases invernadero” ni otros contaminantes.
Finalmente, pensamos que sería deseable “aterrizar” el tema ambiental en lo que verdaderamente importa. Ello implica en primer lugar enfrentar el problema del cambio climático, sobre cuya gravedad existe hoy pleno acuerdo en la comunidad científica, pero que no ha sido asumido realmente por los políticos ni por economistas. También requiere de un efectivo respeto por la vida, tanto  humana como  silvestre, y por el resguardo de las condiciones naturales que ella requiere, tan maltratadas e ignoradas en casos como los del complejo metalúrgico-energético de Quintero y su entorno. También es necesario desarrollar la  ordenación del territorio, para seleccionar sobre bases objetivas los sitios apropiados para la instalación de los distintos tipos de proyectos. Ello debería continuar con evaluaciones de impacto ambiental menos “legalistas” y más basadas en los factores ambientales propios del sitio propuesto, en particular los de carácter físico, químico y geológico, hoy sub dimensionados respecto a los de tipo biológico (caso de la falla Liquiñe-Ofqui, proyecto Río Cuervo).  Por último, reconocer nuestra responsabilidad ética hacia los que vendrán, por más urgencias y presiones que implique el resolver las necesidades del presente.